Antes de partir by Jessica Warman

Antes de partir by Jessica Warman

autor:Jessica Warman
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 2013-08-09T22:00:00+00:00


14

Los muertos no duermen; al menos, Alex y yo no. Pasamos la noche en mansa soledad, absortos en nuestros recuerdos: solemos visitar juntos los míos, pero a veces voy sola y, alguna vez, Alex se escapa a su pasado, pero no he vuelto a pedirle que me lleve con él. Aparte de eso, no hay mucho más que hacer, salvo esperar a que salga el sol para poder observar a nuestros amigos y parientes que siguen con su vida sin nosotros. Temo el final de cada día, esa inevitable oscuridad silenciosa, la sensación perdida del cautiverio que me hace ansiar el sueño que sé que no volveré a tener.

Estamos a finales de septiembre ya, dos semanas después de que presenciáramos mi numerito con Beth en el baño de chicas. Es plena noche, probablemente esté a punto de amanecer. Ya no hay reloj en mi cuarto, pero después de pasar tantas noches aquí, mirando por la ventana, empieza a dárseme bien leer el cielo, saber qué hora de la noche es por la posición de la luna.

—Hay alguien fuera —dice Alex.

Está junto a mi ventana, mirando la calle.

—¿Y?

Yo estoy en el suelo, al lado de mis zapatillas viejas. En la oscuridad, casi parecen vivas: las lengüetas son como bocas; los cordones, facciones de un rostro con múltiples pares de ojos. Nos miramos.

—Es tu novio. —Alex tiene la cara pegada a la ventana mientras mira a la calle, pero su aliento no deja cerco en el cristal—. Igual va a dormir en tu tumba otra vez.

Me incorporo.

—¿Tú crees?

Alex mira un poco más.

—No —dice—. Va a algún sitio en el coche.

Es cierto: en cuanto Alex y yo salimos, vemos que Richie se apresura a cargar una maletita y un bolso de viaje en el asiento de atrás. Cuando está a punto de sentarse al volante, un coche vuelve por nuestra calle, lo deslumbra con los faros y lo hace detenerse en seco.

—Mierda —masculla, cerrando la puerta del conductor y guardándose las llaves en el bolsillo. Se queda de pie junto al coche, fingiendo indiferencia. Casi espero que se ponga a silbar de un momento a otro.

Joe Wright, vestido de paisano, en un sedán marrón con dos sillas de bebé sujetas al asiento de atrás, sale del vehículo, dejándolo en marcha en medio de la calle.

Richie levanta la mano.

—No estoy haciendo nada malo. Iba a salir a correr, eso es todo.

—¿A las cuatro de la madrugada? —Joe mira alrededor con gesto inocente—. Es de noche, ¿sabes? —Mira fijamente a mi novio, que viste una camiseta, pantalones de chándal grises y las mismas chanclas que llevó al cementerio hace unas semanas, con las suelas aún pringadas de barro de mi tumba—. Mientes muy mal.

—Dentro de un mes, cumplo los dieciocho. Puedo hacer lo que quiera.

Joe hace campana con ambas manos para mirar en el asiento trasero del coche.

—¿Saben tus padres que te vas de viaje?

Richie echa un vistazo a su casa. Todas las luces de dentro están encendidas.

—No tengo ni idea. No están aquí.

Joe asiente con la cabeza.



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